A l’estiu, tota cuca viu
Con la llegada del buen tiempo, la gente sale a caminar, disfrutar del sol y aprovecha a tomarse una copa o un café en una terraza. ¿Sólo las personas hacen esto? La frase A l’estiu, tota cuca viu es más acertada que nunca: muchas especies animales que viven en la ciudad también asoman sus cabezas en búsqueda del calor y alimentos. Y varias son muy indeseables, al punto cercano a la fobia.
Ratas y ratones, cucarachas, palomas, chinches, cotorras y mosquitos son las especies de plagas urbanas más populares. No porque sean simpáticas, sino porque su adaptación a la ciudad, y en algunos casos la falta de depredadores naturales, incrementan su población y ponen en riesgo la salud pública.
Estos animales pueden ser vectores transmisores de enfermedades como la salmonella, la listeria, la toxoplasmosis o infecciones por escherichia coli. Las ratas también pueden portar enfermedades como la fiebre hemorrágica o el ántrax, y las cucarachas pueden causar gastroenteritis, disentería o hepatitis.
La Agència de Salut Pública de Barcelona inició una campaña de educación para que la gente no alimentara a las palomas, y los resultados confirmaron el éxito de la estrategia: en el 2006 había 250.000 palomas; y en el 2015 la población descendió a 70.000 ejemplares
El escatológico poder de las palomas
Puede quedar muy simpática la imagen del abuelito que alimenta a las palomas en la plaza, pero esa es una de las maneras de potenciar la plaga de esta ave, llamada con algo de justicia poética como ratas con alas. Y es que este animal puede transmitir hasta 40 tipos de enfermedades.
La Agència de Salut Pública de Barcelona (ASPB) inició una campaña de educación para que la gente no las alimente, y los resultados confirmaron el éxito de la estrategia: en el 2006 había 250.000 palomas en la ciudad, unas 5.500 por kilómetro cuadrado, y en el 2015 la población descendió a 70.000 ejemplares.
En una entrevista publicada en Infoplagas, la revista de Anecpla (Asociación Nacional de Empresas de Sanidad Ambiental), Juan Carlos Senar, Jefe de Investigación del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona, describe que una paloma produce de cinco a diez kilos de excrementos al año. Y sus heces son sumamente corrosivas, que arruinan fachadas y monumentos (basta ver cómo la cabeza de Cristóbal Colón, en el monumento de Las Ramblas, siempre luce manchas blancas).
“Cada paloma en el área urbana nos cuesta unos 30 euros al año”, dice. O sea, el Ayuntamiento tiene que pagar más de dos millones de euros anuales para reparar los daños de este animal. En Estados Unidos, precisa el científico, la lucha contra los perjuicios de las palomas cuestan unos 10.000 millones de dólares al año.
Cómo luchar contra las plagas
Antes de llegar a actuar con agentes químicos, los controladores de plagas aplican otros métodos preventivos: unos físicos (impidiendo la entrada por huecos o cerramientos), otros biológicos (teniendo en cuenta los ciclos de vida de las especies) e higiénicos-sanitarios (como la limitación del alimento que puedan encontrar). “También se aplican trampas térmicas, lumínicas y hormonales”, dicen en Anecpla.
Además los controles privados y los protocolos de actuación de las organizaciones sanitarias públicas, la prevención debe comenzar desde cada habitante. Y no es tarea difícil: se trata de limpiar trasteros y eliminar fuentes de humedad, no dejar residuos orgánicos y fregar los platos cada día, colocar mosquiteras y eliminar recipientes que acumulan agua estancada (porque sirven de maternidad para los mosquitos), aislar correctamente bajantes y tuberías, ventilar las habitaciones de la casa o las oficinas para despejar los malos olores y no mantener una temperatura demasiado elevada.
Noticia de La Vanguardia
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